Se acabó. No quiero mirarte, no
quiero hablarte, no quiero tocarte. No sé cómo poner un punto y final a esto,
pero tengo que hacerlo. Has dolido tanto, que a veces pienso que quererte solo
convierte todo lo que me rodea en catástrofes: yo salgo herida grave y tú ileso
y único superviviente.
¿Cómo empezar con esto? Recuerdo
que el primer día que te vi ni me imaginaba lo mucho que iba a necesitar
tenerte en mi vida. No conocía nada de ti, ni tu nombre completo, ni el día que
cumplías años. Conforme pasaron los días, empecé a verte de una forma distinta,
porque tú esto nunca lo has sabido, pero un día te miré y nuestras pupilas
chocaron, en esa milésima de segundo todo lo que había a nuestro alrededor dejó de existir, creaste así un nuevo mundo, ese que siempre llevabas contigo y que
traías en tus pupilas. Lo que pasa es que no quise aceptar que ese era el único
mundo en el que yo quería vivir, por eso tardé un año en entenderlo.
Llevaba dos meses y medio sin
verte y te echaba de menos de forma inhumana, pero claro, tú esto tampoco lo
supiste. Soñaba contigo y contaba cuántos días, cuántas horas y cuántos minutos
quedaban para volver a verte. Hasta que volví a tenerte enfrente, fue raro
porque sabía que algo estaba recorriendo el interior de mi cuerpo, pero no
sabía muy bien qué era. En un mes dejé de negarme a sentir y comprendí que lo
que me dejaba sin aire y me apretaba muy fuerte el corazón cuando sonreías no
se trataba de una enfermedad, era amor.
Llegó un momento en el que no
podía seguir guardando todo lo que sentía por ti, era tan grande que no cabía
en mí y ya que me dejabas sin aire, sin palabras y sin ritmo cardíaco decidí escribirte
para decirte que estaba loca por ti. Con el miedo a que decidieras alejarte de mí, esperé durante dos días hasta que viniste a hablar conmigo. Recuerdo
exactamente cada palabra que dijiste, pero todo podría resumirse en dos: “somos
imposibles”. Para qué mentirte, cada palabra que salió por tu boca fue un
cuchillo que se clavaba directo en mi corazón y así es como acabé desangrándome,
hasta que encontré un hospital entre tus brazos y conseguí salir con vida. Por
aquel entonces, una parte de mi tenía la certeza de que estos sentimientos se
borrarían en algún momento, necesitaba tener esa pequeña esperanza. Pero eso no
importaba, porque lo que llevaba dentro era tan intenso que un día decidí
reducir todo lo que había plasmado en aquel papel a dos palabras: Te quiero.
Estoy segura de ese fue el “te quiero” más real que he dicho en mi vida, lo sé
porque mi voz tembló tanto que parecía que hubiera un terremoto de número 7 en
la escala Richter recorriendo mi cuerpo. Solo sé que después de eso, tu sonrisa
se grabó a fuego en mi cabeza y no dejaba de dibujarla minuto tras minuto, día
tras día, hasta que me la aprendí de memoria.
El verano entró de golpe en mi
vida, cerrándote la puerta y diciéndome que te olvidara. Como respuesta le di
noches de desvelo echándote de menos. Creo que fue el peor verano de mi vida, una
parte de mi corazón te echaba tanto de menos que se vació y me quedé a medias.
Los días pasaron lentos, pero pasaron y volví a tenerte enfrente, aunque salía
corriendo siempre porque no podía mirarte sabiendo que no había dejado de quererte,
porque no sabía cómo decirte que te había echado tanto de menos que más de una
vez había pensado en ir a buscarte.
No hizo falta decirte que seguías
siendo lo primero para mí, pero volvimos a hablar de ello porque te notaba tan
distante que temía haberte perdido. Este fue el año en el que ambos supimos que
las cosas se habían complicado mucho. Yo había decidido dejar de quererte, pero
cada vez que pensaba en el futuro, solo lo imaginaba de tu mano. No podía tan
siquiera imaginar mi vida sin ti, aunque irremediablemente ibas a tener que
irte en algún momento. Lo único que me importaba era que estabas y con eso
bastaba. Bastó hasta que no pude soportarlo más, entonces me negaba a cerrarte
la puerta, porque no podía cerrarle la puerta a lo más bonito que había sentido
en mi vida. Había días que te notaba tan cerca que pensaba que tú y yo éramos
capaces de todo; otro, veía que entre tú y yo había mucha más distancia que un
maldita conjunción. Una distancia que no se medía con números, que no formaba
parte de ningún sistema métrico, una distancia que iba más allá de todo esto y
se basaba en un “no te quiero”. Acabé completamente rota, hecha pedazos, sin
rumbo y vacía, hasta que volviste a reconstruirme aquel día en el que me
cogiste de la mano para decirme que no podías verme así, pero que no podías
hacer nada, que no era tu culpa no sentir nada. Eres consciente de que lo
hiciste mal, ¿verdad? Bueno, sé que no, no eres consciente de cómo me destroza
ese sí pero no en el que me haces
vivir constantemente.
En fin, un año más tarde acabaste
conmigo. Perdón, yo acabe conmigo misma, porque quererte me estaba consumiendo
y no había sido capaz de pararlo. Lo peor de todo es que tú sabías que yo no
podía ni con mi alma, pero nunca supiste si hacías bien viniendo o yéndote,
tranquilo, yo tampoco lo supe, ni lo sé. Como casi siempre que me rompías
acababa escribiéndote, volví a hacerlo. Estuve escribiéndote casi durante un
mes, una carta por día, en ellas solo te decía que mi vida no tenía ningún
sentido si tú no estabas en ella, que cada vez que te tenía enfrente tenía que
hacer un gran esfuerzo por no besarte, que yo solo quería hacerte feliz. Nada,
absolutamente nada, fue suficiente para tocarte el corazón. Eso me mató, porque
yo tenía las manos llenas de un montón de cosas para darte, cosas que para ti
no eran nada. No podía entenderlo, no sabía cómo ni por qué. Tú solo me decías
que te olvidara, que era la única forma de seguir. Yo nunca lo entendí, nunca
te entendí.
Desde entonces, han pasado siete
meses desde entonces y sigo igual. Viviendo días en los que creía no quererte
que acababan en noches en las que me daba cuenta de que engañarme no servía de
nada. Tú seguías en mi intacto y permanente, como un tatuaje. Al fin y al cabo
eres un tatuaje, de fuego, lo tengo en el corazón. Yo, ilusa, pensaba poner fin
en dos meses a algo que había estado creciendo durante dos años, como
comprenderás es imposible. Ahora, han pasado tres años y sigues quitándome el
aliento. He llegado a arrepentirme de quererte muchísimas veces, pero a día de
hoy sé que nunca he hecho nada más sincero. Que no tengo que disculparme por sentir
lo que siento, solo puedo pedirte perdón por no haber sido suficiente, por no
haber estado a la altura y por no haber podido formar parte de tu felicidad.
No sé si estoy haciendo bien o
no, pero a veces, tienes que alejarte del lugar donde más que vivir estas
muriendo. Lo que pasa es que no sé si contigo estoy matándome o estoy viviendo,
porque contigo todo parece más fácil y haces que todo valga la pena. Pero si
sigo haciendo que mi vida dependa de ti, acabaré convirtiéndome en aire. El
problema es que te necesito, que yo intento imaginarme mi vida sin ti y solo de
pensarlo se me pone un nudo en la garganta, ¿sabes por qué? Porque sacarte de
mi vida, así, ya, de repente, sin tener la certeza de si en algún momento
volveremos solo hace que me arrepienta de miles de cosas. De no haberte besado,
de no haberte dicho que eres el milagro más grande que se ha producido en el
mundo, de no haberte cogido de la mano para decirte que estaba ahí, de no haber
hecho lo que sentía, de no haberte hecho feliz. Pero sobretodo, me arrepentiría
de haberme ido, de no haberle hecho frente a mis sentimientos, de no haber sido
capaz de dejar de sentir.
Yo ya no sé qué hacer, hablo en
serio. Te he dado todo, pero siempre tengo algo más porque sigo esperándote.
Porque tengo la estúpida esperanza de que un día aparezcas para decirme que
todo esto sí que ha valido la pena. Porque si decido alejarme de ti, lo único
que haré será esperarte, porque te amo y creo que no hay un porqué mejor que
esas dos palabras.