Hace unas dos semanas puede que cometiera el error más
grande de mi vida. Me convencí de que después de ti no había nada y me quede
estancada en un callejón sin salida, donde no había nadie, porque aunque mi
cuerpo estaba ahí, yo no. ¿Dónde estaba yo? Perdida en los recuerdos, que me
decían: “No sigas adelante, no vale la pena, él ya no estará”. Así que me quedé
contigo y te rogué que no te fueras de mi lado, porque tenía la maldita
necesidad de sentirte cerca, la maldita necesidad de mentirme. Me sentía sola y
no podía ver más allá de los momentos que vivimos y me olvidé de lo que estábamos
viviendo, de lo que tenía que vivir en un futuro. Así que te pido perdón a ti,
por haberte enseñado las cicatrices que me abriste. Pero permíteme pedirme perdón
a mí, por haber sido quién sabe quién y haberme perdido dentro de mí olvidándome
de lo de fuera. Por haber decidido dejar de vivir si no podía hacerlo contigo.
Por haberme permitido encontrar la felicidad en una persona, sin darme cuenta
de que la felicidad está en todo lo que nos rodea, no en quien nos roba el
corazón. Me autodisculpo por haberme permitido quererte más de lo que me quiero
a mí, olvidándome de que para querer a alguien, primero hay que quererse a uno
mismo.
Por eso he dejado que pasará el tiempo para poder escribirte
sin ahogarme en tu adiós. Por eso he decido que no. Que ya no te necesito. Que
te quiero y volvería a ti siempre, pero que ya no eres una necesidad. Que puedo
respirar sin ti, aunque antes creyese que no. Que llevo trabajando mucho tiempo
en aceptar las cosas y hoy, hace unas semanas desde que acepte todo. Y no dolió.
No duele. Ya no.