Sé que no te conozco. Puedo saberte de memoria y entender el por qué de tus sonrisas, pero no sé qué te aterra. No sé si crees en la suerte o si, simplemente, te gusta tentar a ella. Si eres de los que se queda despierto en la cama cinco minutos antes de levantarse o de los que saltan cuando escuchan el despertador. No sé si te preguntas qué habrá después de la muerte o estás muy ocupado viviendo como para planteartelo. No sé cuántas veces te han roto, después de cuántas sonrisas has encontrado la definitiva.
Tampoco llegaré a saberlo nunca, pero eso no significa que no haya hecho de tu pecho el hogar en el que quiero vivir para siempre. Es triste saber que en mi concepto de felicidad, que se resume en un contigo, no hay espacio para la realidad. Es triste saber que ha distancias que no son kilómetros, pero separan tanto o incluso más.
Que hay distancias
entre palabras
que de dicen
a centímetros.
Porque hay distancias
marcadas por comas,
porque no es lo mismo que te digan:
"No te quiero"
que
"No, te quiero".
Porque hay personas
que son comas
y deberían ser
punto.