viernes, 29 de enero de 2016

Se acabó, como se acaban las cosas que nunca empezaron.

No mereces que te quiera, ni que malgaste ni una sola palabra más en ti. Tampoco mereces ser mi pensamiento las veinticuatro horas del día, ni mis lágrimas nocturnas, ni mis sonrisas diurnas. Porque no, no lo mereces. No mereces que te quiera de la forma en la que lo hago, porque en vez de mirar de frente a mi corazón, sales corriendo, huyendo por patas de todo lo que quiero darte. No te culpo, ni te lo reprocho, simplemente te digo que no mereces que te quiera. Porque no has sabido apreciarlo lo suficiente, porque no lo has querido hacer y todo se ha reducido a un montón de momentos que no paran de repetirse en mi memoria, como si fuera un disco rayado. Todo fue y eso es todo. Ni tú, ni yo lo quisimos, pero pasó y acabó estallando. No pudiste soportarme porque fui muy pesada ahogándome cada vez que te ibas y rogándote que te quedaras cuando tú no querías estar ahí. Pero estabas y eso es lo ilógico de todo esto. Estabas y te quedabas como si algo te obligara a hacerlo, algo como por ejemplo la cantidad de destrozos que habías dejado en mí, ¿cómo seguir huyendo del mayor homicidio del mundo? Por eso te quedaste, porque eras culpable y huir solo te haría serlo más, porque yo estaba tan triste que sabias que si te veía marchar acabarías machacándome por completo y eso jamás te lo perdonarías. En cambio, yo sí que lo habría hecho, te habría perdonado las veces que hiciera falta, porque habría comprendido que te fuiste porque no había ni una razón por la que quedarse, porque a veces hay que ser muy valiente para marcharse y yo lo habría entendido. Tal y como entendí que no te fueras. Aun así, no mereces que te quiera porque te quedaste a mi lado, en silencio, sin saber cómo decir olvídame, pero yo siempre lo leía entre líneas. No supe pararlo, ni pararme y, por supuesto, tampoco supe quedarme. Porque me quede y punto. Me quede y todo, mi vida, la música, la poesía, los atardeceres, todo se volvió blanco y negro. Por eso ya nunca reconocí lo que tus ojos querían decirme y por no irme yo, acabaste huyendo tú. Pusiste un punto a una historia que ni si quiera había empezado, una historia que jamás tuvo una trama, ni un título, solamente dos tristes personajes: uno que solo tenía un montón de sentimientos para el otro y, el otro que no sabía dónde meterlos y acababa tirándolos a la basura. Porque lo sé, sé que te has desecho de todo lo que te hacia recordar que había sentido algo por ti, porque te has desecho hasta de mí. Menos mal que has sido tú el valiente, alguien tenía que serlo. Pero nunca has merecido que te quiera, porque te he dado tanto que me he quedado en nada. Porque me has hecho sentir que los sentimientos no valen nada, que hay que deshacerse de ellos o estás bien jodida. Y ya no volveré a sentir porque has hecho que no quiera hacerlo, porque lo hice tan fuerte y te lo demostré tantas veces que ellos también se han convertido en blanco y negro. 

viernes, 22 de enero de 2016

Te odio como nunca quise a nadie.

Siempre has sido oxígeno y yo prefiero ahogarme que respirarte. Es que te odio por haberte convertido en todo, por el sonido que tiene tu risa, por como me sacas la lengua y por como me sacas de quicio.

Odio que me piques, odio que me hagas latir, que me abraces y que me llames de cualquier forma distinta a mi nombre.  Odio tus ojos con la luz del sol y tus manos cogiendo el volante. Odio cada movimiento que haces, cada milésima de segundo, entre sístole y diástole.

Te digo que te odio por maquillar que me encantas porque no quieres leerlo, ni saberlo, ni creerlo. Pero a mi me gusta como te siento, a mi me gusta que me hayas hechizado con tu magia, pero lo que más me gusta es que existes u eso es lo mejor de todo. Que éstas y eres, y escucho tu respiración cuando estoy junto a ti y comparto el aire contigo. No sé tú, pero para mi es algo precioso.

Luego estas tú, que vas más allá de lo precioso.

jueves, 21 de enero de 2016

Perdóname.

Se acabó. No quiero mirarte, no quiero hablarte, no quiero tocarte. No sé cómo poner un punto y final a esto, pero tengo que hacerlo. Has dolido tanto, que a veces pienso que quererte solo convierte todo lo que me rodea en catástrofes: yo salgo herida grave y tú ileso y único superviviente.

¿Cómo empezar con esto? Recuerdo que el primer día que te vi ni me imaginaba lo mucho que iba a necesitar tenerte en mi vida. No conocía nada de ti, ni tu nombre completo, ni el día que cumplías años. Conforme pasaron los días, empecé a verte de una forma distinta, porque tú esto nunca lo has sabido, pero un día te miré y nuestras pupilas chocaron, en esa milésima de segundo todo lo que había a nuestro alrededor dejó de existir, creaste así un nuevo mundo, ese que siempre llevabas contigo y que traías en tus pupilas. Lo que pasa es que no quise aceptar que ese era el único mundo en el que yo quería vivir, por eso tardé un año en entenderlo.

Llevaba dos meses y medio sin verte y te echaba de menos de forma inhumana, pero claro, tú esto tampoco lo supiste. Soñaba contigo y contaba cuántos días, cuántas horas y cuántos minutos quedaban para volver a verte. Hasta que volví a tenerte enfrente, fue raro porque sabía que algo estaba recorriendo el interior de mi cuerpo, pero no sabía muy bien qué era. En un mes dejé de negarme a sentir y comprendí que lo que me dejaba sin aire y me apretaba muy fuerte el corazón cuando sonreías no se trataba de una enfermedad, era amor.

Llegó un momento en el que no podía seguir guardando todo lo que sentía por ti, era tan grande que no cabía en mí y ya que me dejabas sin aire, sin palabras y sin ritmo cardíaco decidí escribirte para decirte que estaba loca por ti. Con el miedo a que decidieras alejarte de mí, esperé durante dos días hasta que viniste a hablar conmigo. Recuerdo exactamente cada palabra que dijiste, pero todo podría resumirse en dos: “somos imposibles”. Para qué mentirte, cada palabra que salió por tu boca fue un cuchillo que se clavaba directo en mi corazón y así es como acabé desangrándome, hasta que encontré un hospital entre tus brazos y conseguí salir con vida. Por aquel entonces, una parte de mi tenía la certeza de que estos sentimientos se borrarían en algún momento, necesitaba tener esa pequeña esperanza. Pero eso no importaba, porque lo que llevaba dentro era tan intenso que un día decidí reducir todo lo que había plasmado en aquel papel a dos palabras: Te quiero. Estoy segura de ese fue el “te quiero” más real que he dicho en mi vida, lo sé porque mi voz tembló tanto que parecía que hubiera un terremoto de número 7 en la escala Richter recorriendo mi cuerpo. Solo sé que después de eso, tu sonrisa se grabó a fuego en mi cabeza y no dejaba de dibujarla minuto tras minuto, día tras día, hasta que me la aprendí de memoria.

El verano entró de golpe en mi vida, cerrándote la puerta y diciéndome que te olvidara. Como respuesta le di noches de desvelo echándote de menos. Creo que fue el peor verano de mi vida, una parte de mi corazón te echaba tanto de menos que se vació y me quedé a medias. Los días pasaron lentos, pero pasaron y volví a tenerte enfrente, aunque salía corriendo siempre porque no podía mirarte sabiendo que no había dejado de quererte, porque no sabía cómo decirte que te había echado tanto de menos que más de una vez había pensado en ir a buscarte.

No hizo falta decirte que seguías siendo lo primero para mí, pero volvimos a hablar de ello porque te notaba tan distante que temía haberte perdido. Este fue el año en el que ambos supimos que las cosas se habían complicado mucho. Yo había decidido dejar de quererte, pero cada vez que pensaba en el futuro, solo lo imaginaba de tu mano. No podía tan siquiera imaginar mi vida sin ti, aunque irremediablemente ibas a tener que irte en algún momento. Lo único que me importaba era que estabas y con eso bastaba. Bastó hasta que no pude soportarlo más, entonces me negaba a cerrarte la puerta, porque no podía cerrarle la puerta a lo más bonito que había sentido en mi vida. Había días que te notaba tan cerca que pensaba que tú y yo éramos capaces de todo; otro, veía que entre tú y yo había mucha más distancia que un maldita conjunción. Una distancia que no se medía con números, que no formaba parte de ningún sistema métrico, una distancia que iba más allá de todo esto y se basaba en un “no te quiero”. Acabé completamente rota, hecha pedazos, sin rumbo y vacía, hasta que volviste a reconstruirme aquel día en el que me cogiste de la mano para decirme que no podías verme así, pero que no podías hacer nada, que no era tu culpa no sentir nada. Eres consciente de que lo hiciste mal, ¿verdad? Bueno, sé que no, no eres consciente de cómo me destroza ese sí pero no en el que me haces vivir constantemente.

En fin, un año más tarde acabaste conmigo. Perdón, yo acabe conmigo misma, porque quererte me estaba consumiendo y no había sido capaz de pararlo. Lo peor de todo es que tú sabías que yo no podía ni con mi alma, pero nunca supiste si hacías bien viniendo o yéndote, tranquilo, yo tampoco lo supe, ni lo sé. Como casi siempre que me rompías acababa escribiéndote, volví a hacerlo. Estuve escribiéndote casi durante un mes, una carta por día, en ellas solo te decía que mi vida no tenía ningún sentido si tú no estabas en ella, que cada vez que te tenía enfrente tenía que hacer un gran esfuerzo por no besarte, que yo solo quería hacerte feliz. Nada, absolutamente nada, fue suficiente para tocarte el corazón. Eso me mató, porque yo tenía las manos llenas de un montón de cosas para darte, cosas que para ti no eran nada. No podía entenderlo, no sabía cómo ni por qué. Tú solo me decías que te olvidara, que era la única forma de seguir. Yo nunca lo entendí, nunca te entendí.

Desde entonces, han pasado siete meses desde entonces y sigo igual. Viviendo días en los que creía no quererte que acababan en noches en las que me daba cuenta de que engañarme no servía de nada. Tú seguías en mi intacto y permanente, como un tatuaje. Al fin y al cabo eres un tatuaje, de fuego, lo tengo en el corazón. Yo, ilusa, pensaba poner fin en dos meses a algo que había estado creciendo durante dos años, como comprenderás es imposible. Ahora, han pasado tres años y sigues quitándome el aliento. He llegado a arrepentirme de quererte muchísimas veces, pero a día de hoy sé que nunca he hecho nada más sincero. Que no tengo que disculparme por sentir lo que siento, solo puedo pedirte perdón por no haber sido suficiente, por no haber estado a la altura y por no haber podido formar parte de tu felicidad.

No sé si estoy haciendo bien o no, pero a veces, tienes que alejarte del lugar donde más que vivir estas muriendo. Lo que pasa es que no sé si contigo estoy matándome o estoy viviendo, porque contigo todo parece más fácil y haces que todo valga la pena. Pero si sigo haciendo que mi vida dependa de ti, acabaré convirtiéndome en aire. El problema es que te necesito, que yo intento imaginarme mi vida sin ti y solo de pensarlo se me pone un nudo en la garganta, ¿sabes por qué? Porque sacarte de mi vida, así, ya, de repente, sin tener la certeza de si en algún momento volveremos solo hace que me arrepienta de miles de cosas. De no haberte besado, de no haberte dicho que eres el milagro más grande que se ha producido en el mundo, de no haberte cogido de la mano para decirte que estaba ahí, de no haber hecho lo que sentía, de no haberte hecho feliz. Pero sobretodo, me arrepentiría de haberme ido, de no haberle hecho frente a mis sentimientos, de no haber sido capaz de dejar de sentir.


Yo ya no sé qué hacer, hablo en serio. Te he dado todo, pero siempre tengo algo más porque sigo esperándote. Porque tengo la estúpida esperanza de que un día aparezcas para decirme que todo esto sí que ha valido la pena. Porque si decido alejarme de ti, lo único que haré será esperarte, porque te amo y creo que no hay un porqué mejor que esas dos palabras.

miércoles, 6 de enero de 2016

Que razones tenemos todas, pero yo más que ninguna.

Yo sé lo que es quererle. Convertirle en obsesión sin ser consciente de ello, llevarle siempre contigo, haciendo que aparezca en todos los momentos de tu vida. Sé qué es ahogarte cada noche mientras susurras su nombre seguido de un por qué que se pierde entre tu almohada y tus lágrimas. Sé qué es preguntarse si has hecho bien o mal en decirle tal cosa. Sé cómo se siente ese dolor punzante en tu pecho, cómo sientes que se desgarra tu corazón cayendo al vacío porque no eres nada para él. Yo también puedo decirte lo que hace a las siete de la mañana en la silla de ese bar o qué es lo que suena en su coche a las seis de la tarde. Sé lo que se siente cuando te habla de sí mismo, cómo ese escalofrío recorre tu cuerpo y te entran ganas de abrazarle y no soltarle nunca. Sé cómo se siente el nudo de tu garganta el viernes a las dos de la tarde, cuando sabes que los días siguientes tendrás que sobrevivir sin el, porque vivir es imposible.  Sé que su voz es inconfundible y por eso sientes que el corazón se te va a salir cada vez que la escuchas a tus espaldas. Sé por qué le miras tan fijamente mientras explica cualquier cosa, sé que no le escuchas, que prefieres perfilar cada rasgo de su rostro infinitas veces e imaginarte con él en alguna parte del mundo. Yo sé que le quieres, porque sé lo que es sentir que si sigues pensandole un segundo más acabarás volviéndote loca. Sé qué es sentirse nada para él, no encontrarle sentido a tu soledad. Sé qué es sentir que le has perdido cada vez que le miras a sus pupilas, sé lo que es arrepentirse de quererle y, a la vez, no poder dejar de hacerlo. Yo sé que tu sonrisa esconde su nombre, porque es un experto en hacer sonreír; también sé que tus lágrimas le pertenecen, porque la misma facilidad que tiene para arreglarte, la tiene para romperte. Sé lo que es querer quedarse a vivir en cada uno de sus abrazos. Sé lo que es darle dos besos y que se pare tu corazón. Sé cómo te sientes cuando te das cuenta de que nadie le llegará tan  siquiera a la suela de sus zapatos. 

Que sí, que sé lo que es quererle. Que todo lo que estas sintiendo, es por lo que vivo -y a veces muero- desde hace unos tres años. 

viernes, 1 de enero de 2016

Los monstruos de tu risa.

Solo recuerdo que todo estaba blanco, que había una voz que no dejaba de hablarme. Tenía miedo y curiosidad. Me sentía sola e inútil. Pero esa voz no dejaba de hablarme.

- A veces las cosas no salen como lo planeamos. Se tuercen, se rompen, se esfuman. Y nos van     robando un trozo de nuestra vida, hasta dejarnos vacíos.
- ¿Quién eres? ¿Qué quieres?- Grité asustada.
- No me temas, nunca me has visto, nunca lo harás; pero siempre me llevas contigo.
- Vete.
- No, no me voy a ir. Quieres que me vaya porque quieres salir corriendo de todo lo que te duele y no puedes hacerlo.
- ¿Qué quieres de mí?
- Nada.
- ¿Entonces?

- No te escondas. No seas ignorante. Tienes que ir de frente, romper todo lo que te duele, destrozarlo, eliminarlo. Pero no huyas de ello, no le des la victoria al miedo. Tú sabes muy bien de lo que te hablo, por eso me temes. Pero tienes que abrir los ojos y mirarme, entonces entenderás porque sé lo que tienes dentro de tu cabeza.

De repente ese blanco se convirtió en un espejo, era mi reflejo. Era yo. Entonces desperté. No sé si fue de verdad un sueño o si me lo estaba diciendo a mí misma de verdad. Solo sé que desde entonces entiendo por qué no debo marcharme. Aunque a veces lo vea necesario, no acabaría con nada y los monstruos de debajo de la sonrisa me perseguirían durante el resto de mi vida.