Se está acabando el año y me gustaría regalarte sus últimas horas y sus últimas palabras también:
Has mejorado 2016 en sus últimos meses, todos los destrozos que trajo y todos los cachitos en los que me rompió los has recogido y arreglado con tu sonrisa, ahora ya completa y siendo más feliz solo puedo agradecerle a 2016 que te haya traído a mi vida. Porque sí, parece que hayamos estado juntos toda nuestra vida, pero no. Hace apenas un año yo no sabía de tu existencia y ahora no sabría nada sin ti, ni sería, ni sentiría. Te has convertido en ese deseo que se pide antes de soplar una vela, en ese regalo que quieres que aparezca bajo el árbol, en ese hueco vacío que se queda en un lado de la cama. Te has convertido en todo lo que quiero sin querer y ahora, solo quiero quererte bien.
Te voy a contar un poco lo que has hecho. Hace un año estaba en proceso de olvido de alguien que llegó a ser todo y me dejo en nada. No me veía capaz de sobrevivir, todo a mi alrededor se desmoronaba y yo por dentro también. No había ningún rayo de luz en mis días y despertar era una forma de seguir muriendo. No encontraba mi lugar, ni sola, ni con mi gente; no podía sonreír sin que un nudo se pusiera en mi garganta. Entre toda esa catástrofe apareció gente iluminando mis días y tú eres una de esas personas. Tú apareciste haciéndome sonreír. Siempre. Aunque solo quisiera llorar, sonaba tu voz, nos cruzabamos o alguien hablaba de ti y una sonrisa se dibujaba en mi rostro. Así cada día desde que nos conocemos. ¿Cómo voy a no quererte?
Los buenos momentos de 2016 han sido un sprint, una carrera en la que faltaba el aire, hasta que en los últimos 100 metros decidió morir matando. Y mató. Han muerto miedos y sentimientos, para que pudieran nacer nuevos. Miedo que me hacen temblar y sentimientos, que también.
Pero siempre se siente miedo cuando se lucha por lo que uno quiere, ¿no?
Ese cosquilleo es necesario para saber que estamos vivos.
Habrá que seguir
para morir,
pero siempre
matando.